Hay varios motivos de confusión cuando hablamos de libre albedrío. Uno de ellos es la idea de que los experimentos científicos pueden demostrar que no existe.
Aunque no conozco ningún experimento cuyo resultado lleve a concluir la existencia del libre albedrío, no es con experimentos como se demuestra su inexistencia. Es por la propia incoherencia del concepto de libre albedrío por lo que sabemos que no existe.
Como dice Jerry Coyne (ver artículos suyos en la sección “Recursos” de esta web), la defensa actual de la creencia en el libre albedrío se parece a la teología sofisticada moderna, con sus cambios de definiciones, sus rebuscados argumentos falaces, etc.
Para dejar claro de qué estamos hablando y no perder tiempo con estos argumentos, repasemos una vez más qué entendemos por libre albedrío o libre voluntad (free will): la supuesta capacidad de los seres humanos para tomar decisiones o realizar acciones independientemente de cualquier suceso o estado anterior del universo. (Enciclopedia Britannica).
Y sí, todos los experimentos en neurociencia son coherentes con la inexistencia de la libre voluntad, como no podría ser de otra manera. Eso es un gran indicio, que puede ser suficiente desde un punto de vista práctico para asumir que no existe la libre voluntad.
Pero a menudo se argumenta la posibilidad teórica de que futuros experimentos nos lleven a conclusiones diferentes, y la necesidad de más experimentos hasta que conozcamos perfectamente el organismo humano para poder llegar a una conclusión. Este conocimiento es prácticamente imposible de alcanzar, y ello retrasa la conclusión hasta el día de nunca jamás, lo que se aprovecha para argumentar que no podemos saber si existe o no el libre albedrío. No tiene ningún sentido esperar a que la ciencia demuestre que no existe la libre voluntad. Aunque demostráramos que miles de acciones que se creían causadas por ese supuesto libre albedrío están configuradas por ciertos fenómenos, siempre se nos podría objetar que no podemos conocer las causas de todas las acciones y que algunas de ellas podrían estar causadas por una libre voluntad. Nunca podremos describir perfectamente todas las causas de todas las acciones.
El jaque mate a la creencia en el libre albedrío no llega a través de la ciencia, sino argumentando en dos pasos:
1. Pedir una definición de libre albedrío a quien defiende su existencia.
2.1. Si esta definición es un subterfugio compatibilista como “poder actuar sin presión ni coacción externa”, “poder actuar según nuestros deseos”, etc., entonces el jaque mate se da con la obvia explicación de que nadie ha dudado nunca que eso sea posible, que eso no ha estado nunca en tela de juicio, al contrario que el libre albedrío, que lleva siglos siendo cuestionado.
2.2. Si la definición de libre albedrío propuesta es coherente, como “poder haber hecho otra cosa en las mismas circunstancias externas e internas”, “una capacidad basada en algo más que la biología y la interacción con el medio”, “una capacidad de realizar una acción no completamente configurada por fenómenos y causas anteriores”, etc., explicaremos a quien afirme su existencia que eso no puede ser posible, que nada que ocurra en nuestros cerebros puede suceder causándose a sí mismo (nada puede ser “causa sui”) en vez de ser configurado por otros eventos, condiciones, etc., y que la voluntad no puede ser libre, que uno no puede elegir lo que quiere querer.
En ajedrez, si un jugador hace un movimiento que viola las normas del juego (jugada ilegal), se llama al árbitro y se soluciona el conflicto. En nuestro caso, apelar a la aleatoriedad de fenómenos como los que describe la física cuántica o a propiedades emergentes para argumentar la posible existencia del libre albedrío, y salir así del jaque, son jugadas ilegales. El hecho de que los fenómenos que configuran nuestra conducta puedan ser aleatorios o sean el resultado de propiedades emergentes no cambia nada en absoluto respecto a la posibilidad de una libre voluntad: todo lo que ocurre en nuestros cerebros sigue siendo configurado por elementos sobre los que no tenemos ningún control. A falta de un árbitro, explicaremos esto nosotros mismos a nuestro interlocutor.
Así que no, la ciencia no nos demuestra que no existe el libre albedrío. Es la propia incoherencia del concepto de una voluntad libre la que nos hace ver que no puede existir tal cosa.